Diagnosticada con TLP
- NoemiUrk
- 3 ene 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 10 ago
Ese momento en que tu felicidad se libera porque te diagnostican algo con lo que posiblemente te podrán curar y al segundo, tu mundo se derrumba.
Desde adolescente, yo ya había buscado ayuda médica. Yo no me encontraba bien, yo no estaba bien. Siempre me sentía fuera de lugar, nunca encontraba mi sitio. Y con mi primer sueldo a los 17 años, mientras estudiaba, fui a ver a un psicólogo, en soledad y en hermético secretismo. Era un terapeuta analista, y me pareció estúpido hablar sin parar sin tener ninguna respuesta por parte del terapeuta. Y no me sirvió de nada.
A medida que iba creciendo yo seguía considerándome rara, buscaba información en libros y conferencias, en charlas, y cambiaba de psicólogo. Empecé a estudiar algo de psicología…
Ya desde pequeña empecé a ver va más allá de lo que pueden ver la mayoría. Veía sombras, sentía presencias que me observaban… Además de mi alta sensibilidad a todo lo que me rodeaba.
Veía más allá de lo que pueden ver la mayoría
Aprendí a autoanalizarme, a diferenciar mis estados de ánimo, a localizar la primera emoción disparada, el pensamiento negativo que me había bloqueado en algún momento…

Así que, agotada tras esa búsqueda de insatisfacción de mí misma y mi continua tristeza, sobre los treinta, caí enferma. Ocurrió algo en mi vida que me golpeó tan duramente que mi mente y mi cuerpo cayeron destrozados como si hubieran sido apaleados por mil palas a la vez.
Fue un largo período. Silenciada por el intenso dolor, las manipulaciones y el estado en que me encontraba, fui de un médico a otro. La Seguridad Social se portó muy bien, me trataron bien. Yo, cabezota, seguí trabajando hasta que me dieron la baja laboral, casi obligada.
Sobre los 30 años, el mundo creado para protegerme desaparece y mi estructura interna se derrumba
Nadie supo, en aquel entonces, verdaderamente qué me había ocurrido, qué me estaba sucediendo. Todos escuchaban lo que era capaz de expresar e intentaban dar un diagnóstico y ayudarme sólo con una parte de la información, pero nunca supieron llegar a lo que me estaba carcomiendo el ser.
Las sensaciones extrasensoriales aumentaron considerablemente y yo lo ocultaba. Llegué a pensar que tenía alucinaciones, que me estaba volviendo esquizofrénica, que estaba loca.
Me cambiaron nuevamente de médico, y en la primera visita me explicó que él no me podía atender tras lo que yo le había explicado. Gracias a su humildad fue una suerte que me enviara a cierto hospital a que me hicieran varios tests y entrevistas. Si salía positivo entraría en un ensayo clínico que me podría ayudar.
Fui al hospital. Me explicaron que no entendían por qué estaba allí porque yo no coincidía con los resultados para realizar el ensayo clínico, pero que me ofrecían realizar los test para probar. Me añadieron al grupo en los que todos estaban aceptados y diagnosticados. Y realicé las pruebas.

Tras una larga explicación, nos describieron nueve criterios que se podían haber manifestado en nuestras vidas. Para poder estar en el grupo, teníamos que tener cuatro como mínimo y esas cuatro se debían manifestar todas juntas y durante un largo período de tiempo. Fuimos anotando en cuáles nos veíamos reflejados.
Empezaron a levantar la mano los que sabían que tenían cuatro criterios de nueve. Y fueron aumentando un criterio más cada vez: cinco, seis… Observé la tranquilidad con que me miraban los psicólogos y el psiquiatra mientras iban preguntando por números y los demás iban levantando las manos. Se daban por satisfechos que yo no debía estar allí.
Sentí la piel de gallina cuando dijeron: “¿Y quién tiene nueve? Nadie ¿verdad?”. Y yo levanté la mano.
A solas lloré, lloré como nunca. Pero me habían diagnosticado, yo tenía Trastorno Límite de la Personalidad y tendría curación. Esa curación ansiada desde jovencita, desde que tenía recuerdos.
Mi mundo volvió a caer cuando, al minuto siguiente, me dijeron que no tenía cura.
NoemiUrk
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